Con el enésimo parón (me volvió a parar el cuerpo, que es muy sabio, no yo) creo haber seguido aprendiendo. Eso sí: no he llegado a grandes conclusiones, o al menos no a ninguna que otras personas no hayan llegado antes que yo.
A veces nos comportamos como si previo a YouTube o TikTok no hubiera habido nada cuando todo -venga, no diré todo, sino mucho- ya estaba ahí: las reflexiones, las denuncias, las luchas que permitieron, por ejemplo, mi baja.
He leído, meditado y, sobre todo, me he alejado de grandes fuentes de crispación (y ahí sigo). He alcanzado una cierta serenidad –no sin ayuda externa y científica- y he concluido que es una de las cosas más valiosas que proteger. Así que junto a mi cabello (ése que he heredado de mi tío Fernando), ya tengo otra prioridad a conservar. Dije que había alcanzado cierta serenidad, no que hubiera abandonado mi superficialidad. Y menos ahora que me he reconciliado con mis canas. Bueno, con mis canas y con tantas otras cosas (desde puntos de partida a escenarios y gentes).
Me he comprado unas gafas de cerca y he empezado a fijarme en tantas personas y gestos maravillosos a mi alrededor: una dependienta que te atiende con amabilidad; un joven que cede un asiento a una persona mayor –no, no era a mí, me reconcilié con las canas pero aún no parezco tan sabio-; sonrisas de caminantes… Todo eso también está ahí. Todas esas semillas. Todos esos injertos –como diría mi abuelo- que permiten mejores frutos.
No, no niego los incivismos, los vigorosos fascismos, las desigualdades, ni siquiera la violencia turística que asfixia a quienes queremos seguir habitando lugares hermosos. No, soy consciente, pero no deseo que me invada. Si me anulan, ganan.
En ocasiones vivir se parece más a resistir. Y, desde luego, hay lugares donde eso es una verdad y una sentencia a la vista del mundo. Pero en otros no es así. Y tenemos que poder verlo. Y reconocerlo.
Estoy intentando soltar la “r” de rabia por la “r” de reconciliación. De la “s” de separación a la “s” de seducción. Y estoy emocionándome con cada lugar al que se me invita a hablar porque formo parte de todas aquellas personas a las que ni se las esperaba ni se las consideraba dignas de ciertos foros.
He descubierto una frase mágica que soluciona casi cualquier situación: “puede ser”. Te animo a que la pruebes. Obra milagros.
He comprobado que el verdadero motor es el hartazgo, pero que la bondad multiplica, pues un gesto de amor –o amabilidad- afecta positivamente a quien lo ofrece, a quien lo recibe y a quien lo observa.
He detectado que otras personas también resisten discreta y poderosamente, con amor, a veces en forma de profesional, de vecindario o de restaurante. A todas las he reconocido.
No sé cómo andará tu relación con tu cabello, con tu barrio, con tus “r”, pero si hay algo que me gustaría decirte es que no descuides tu serenidad. A mí me está funcionando. Claro que quizá sólo se trate de los efectos de los compuestos científicos. Todo puede ser.
Y para terminar quiero compartir contigo (aunque me genere ambivalencias, no deseo que se turistice) un restaurante del barrio que milagrosamente mantiene su ambiente, cocina y esencia: PETRA (Carrer dels Sombrerers, 13, Ciutat Vella). Si vas: observa, valóralo y disfruta.
Un abrazo ENORME.
Qué gusto que estés aquí.
IG (☞ ゚ ∀ ゚) ☞ ◙ @agustinkong
Todes deberíamos seguir ese camino de serenidad, seguro que el mundo sería un lugar mejor. ¡Deseo que te restablezcas lo antes y mejor posible!
Mil gracias por tus deseos.
Mucha serenidad para ti también 🥰🥰