Cuando hace dos veranos pensé que abandonaba el mundo de los vivos lo cierto es que sentí que marchaba sereno y en paz. Hice recapitulación y concluí que había tenido una buena vida y logrado mucho más de lo que –como dice una amiga y alma gemela- consiguen aquellxs de quienes no se espera nada. Aquel marica de barrio obrero, hijo de migrantes, escuálido y estrábico, para el que el mejor apodo había sido “el niño poeta” o “el alcalde” –porque no se libró de apodos-, había podido subirse al ascensor social, conseguido un trabajo correcto, recorrido mundo y hasta se había casado con un hombre luminoso en el Delta del Ebro del brazo de su abuelo. Como para no estar en paz. Si fuera la Declaración de la Renta prácticamente me salía a devolver.
Sin embargo, en aquel repaso en mitad del túnel hubo algo pendiente: no haber podido llevar a cabo mi sueño de “ser escritor en Venecia”. Para ser más exactos, el sueño, entre el cliché y la moñada, era haber pasado unos días alojado en el apartamento de los protagonistas de una de mis novelas no publicadas, para dedicarme, simplemente, a escribir y pasear, a recorrer los escenarios de la historia.
El caso es que no morí, al día siguiente acudí a la comida con amigas que tenía prevista y la vida siguió su curso. Pero el sueño pendiente permaneció latente.
Los meses pasaron y más que mi faceta de escritor la que tomó un enorme impulso fue la de comunicador. No sin cierta tristeza y duelo aparqué novelas y blog y acogí y celebré lo que el destino me traía, sintiendo que no dejaba de ser otra forma de crear con palabras.
Pero hacia la mitad de 2024 surgió una oportunidad soñada y la promesa de un dinero inesperado, de forma que no dudé y empecé a planificar aquel viaje pendiente. El presupuesto no dio para el apartamento de mis protagonistas, pero apareció otro incluso mejor: la última planta de un palacio con una vistas que dejaban sin aliento (lo mismo que los 110 escalones para acceder a las mismas).
Quienes me acompañaron desde las redes sociales pudieron compartir mis paseos, el horizonte desde el alojamiento, reflexiones como: ¿existe el depredador bueno? (que un poco – o bastante- es lo que era yo allí) o los KongSejos de los lunes desde otro escenario.
También pudieron contemplar cómo fui en busca de mi yo adolescente o disfrutar de los rincones donde cuajó Lady Laca (sí, Lady Laca surgió preparando un viaje madre – hijo a Venecia).
Supieron que el segundo día lloré de felicidad en mitad de Via Garibaldi y que escribía en la cocina, o que una de las actividades que más gocé fue ir al supermercado. También que PITICLI vino a compartir conmigo aquella fantasía y que disfrutamos de tomar un spritz en una terraza bajo la lluvia o de los paseos nocturnos.
Pero nadie supo que durante todo el viaje yo andaba obsesionado con la idea de encontrar un anillo con historia. Por ello fui recorriendo anticuarios, tenderetes y tiendas de segunda mano del centro histórico de Venecia. Sin mucho éxito. O ninguno. Tampoco supieron que la oportunidad de viajar por sexta vez a uno de mis rincones favoritos del mundo estaba vinculada a poder firmar con una importante editorial, y que dicho contrato llegó a mi mail estando allí. Mientras firmaba dicho contrato digitalmente puse Felicità de Al Bano y Romina Power de fondo. El cliché –y el sueño- se concretaban.
Para terminar mi viaje el último día decidí ir a conocer La Giudecca, una zona poco habitual en los itinerarios turísticos. Por azar llegué hasta un claustro convertido en talleres de artistas, por decisión propia fui a desayunar a su centro cívico. Aquel conjunto alargado de islas me enamoró con su movimiento asociativo, sus aromas, sus jardines y sus vistas.
Satisfecho por el balance de aquellos días tomé el vaporetto de vuelta al centro y me despedí –hasta la próxima- de la Piazza San Marco bajo un sol radiante. De camino a recoger la maleta pasé por una calle estrecha y animada, donde un pequeño taller de joyería me llamó la atención. Entré y pregunté a la mujer que lo atendía si las piezas las hacía ella. “Mi marido realiza el vidrio y yo la plata, creo que somos un buen equipo”. Me gustó su discurso y sus obras y adquirí un anillo de plata con vidrio rojo, el color de Venecia. Tras pagar supe que su marido era uno de los artistas del claustro de la Giudecca donde había estado poco antes. Todo tenía sentido.
Salí de la tienda y en uno de mis rincones preferidos de la ciudad decidí realizar un pequeño ritual: aquel anillo simbolizaría mi compromiso conmigo.
Volví con el alma llena y agradecida. Con varios sueños cumplidos.
2024 termina y no sé cómo estás, ni cuántos anhelos te quedan por realizar, pero si a algo quiero animarte es a que no olvides el compromiso que tienes contigo.
Gracias por estar ahí.
IG (☞ ゚ ∀ ゚) ☞ ◙ @agustinkong
Es que me encanta lo que escribes, lo que trasmites también con tus maravillosas fotografías, gracias por compartirlo.
Gracias a ti por tus hermosas palabras Karmele ✨
Como echaba de menos esta lectura semanal. No nos abandones ¡¡
Ay, qué bonito leer tus palabras 🥹🥰✨
Te adoro
Qué bonito lo que has vivido, y lo que te queda amigo….. ❤️
Y que lo podamos celebrar conjuntamente 💕✨
¡Qué bonita imagen la del compromiso con uno mismo! ¡Me alegro un montón de que lo pudieses llevar a cabo!
Muchas gracias. Fue un regalo de viaje 💕
Un abrazo muy fuerte